“Yo sabía a dónde quería llegar, pero no cómo. ¿Quién me cuidaba? Nadie. Tenía un esquema de seguridad con la Cruz Roja Internacional que prácticamente estaba diseñado para una cosa: si me mataban, ellos tenían conocimiento del lugar en el que podían recoger mi cadáver”, estas palabras del fotógrafo colombiano Federico Ríos (quien ha publicado su trabajo en medios internacionales como The New York Times, National Geographic, Times Magazine y Leica Magazine) sirven como punto de partida para entender que en su carrera periodística hay una palabra dominante: incertidumbre.
Así lo aseguró Ríos durante la presentación de una obra que contiene desde “la monotonía castrense” -en la que la relación de un guerrillero con su fusil es comparable con el vínculo que tiene un citadino con su celular-, hasta las trivialidades de una rutina donde hay tiempo para un partido de fútbol entre la «selección de las Farc» y un equipo de cualquier municipio de la selva colombiana.
Ríos cuenta que “muchos de los miembros de las Farc nunca aceptaron estar en el proceso de paz. El Frente Primero es un ejemplo claro de esto, ellos preferían mantenerse dentro de su ideología guerrillera armada. Entonces, decir que son disidencias es lingüísticamente complejo. En medio de este trabajo he tratado de ser muy justo con las palabras y por eso creo que lo que se conoce como ‘disidencias de las Farc’, son realmente ‘disidencias del proceso’”.
Proceso que según el expresidente Juan Manuel Santos pretendía, entre otros puntos, humanizar un conflicto armado de 60 años.
“El pecado y error fue haber deshumanizado este conflicto -dice Ríos. Por eso, cuando la gente se deja tocar por las fotografías y se deja envolver por las historias que hay detrás de las imágenes, alcanza a comprender que llevamos muchos años matándonos entre hermanos. Espero que cuando las personas vean estas fotos sepan que quienes empuñaban el fusil en las Farc también eran humanos. Gente que tenía sueños, intenciones, aspiraciones y el convencimiento de una causa política”.
Es así como, entre los matices de la vida armada y la crudeza de la selva colombiana, Ríos muestra a unos guerrilleros alejados de los arquetipos creados por los noticieros nacionales. En Los días póstumos de una guerra sin final no hay asesinos con una maldad endógena, hay personas.
Es así como, entre los matices de la vida armada y la crudeza de la selva colombiana, Ríos muestra a unos guerrilleros alejados de los arquetipos creados por los noticieros nacionales. En Los días póstumos de una guerra sin final no hay asesinos con una maldad endógena, hay personas.
“Mi trabajo y el ejercicio de esta exposición es muy delicado -continúa Ríos. Yo no estoy en favor del uso de las armas, pero tampoco puedo sostener, después de lo que he visto, que la guerrilla era una máquina de matar y secuestrar. Pensar que estos tipos armados en la ruralidad son los únicos culpables de lo malo que vivimos en el país, es muy reduccionista. Es sencillamente querer tirar el agua sucia en el prado del vecino”.
Es así como, entre los matices de la vida armada y la crudeza de la selva colombiana, Ríos muestra a unos guerrilleros alejados de los arquetipos creados por los noticieros nacionales. En Los días póstumos de una guerra sin final no hay asesinos con una maldad endógena, hay personas.
“Mi trabajo y el ejercicio de esta exposición es muy delicado -continúa Ríos. Yo no estoy en favor del uso de las armas, pero tampoco puedo sostener, después de lo que he visto, que la guerrilla era una máquina de matar y secuestrar. Pensar que estos tipos armados en la ruralidad son los únicos culpables de lo malo que vivimos en el país, es muy reduccionista. Es sencillamente querer tirar el agua sucia en el prado del vecino”.
Este tipo de exposiciones -no solo la mía, también la de muchos otros fotógrafos que están yendo a estos lugares- son un esfuerzo por acercar a la gente a esa realidad rural que les es ajena. Sirven como ventanas para que alcancen a dimensionar y reflexionar sobre el tipo de país que tenemos ahí afuera”, concluye Ríos.